Hedonismo y escritura

MAMÁ

Son las 18:45. Llego cansada, a mi casa. Me espera mi mamá, que está lavando ropa. Mi ropa. Entro a la habitación: luz, aire fresco, sábana limpia, estirada. Me quito el día de encima para entrar en sintonía «mamá» de una vez por todas. Empijamada, sentada con ella frente a mí, en el comedor, charlamos. Mi mamá es la reina del sí (me lo dijo la sicóloga una vez). Son las 19:00 y mis deseos son órdenes: calentado de pasta, huevo revuelto, huevo frito y arepa. Ah, y chocolate con leche, caliente. Rico. Muy rico todo. Por un momento siento que estoy en Bogotá, tengo 16 y llego del colegio. Ella está ahí, amorosa, esperando. Siempre esperando.
Como el que tiene la fe intacta. Como el que cree todavía en eso que ya no existe. El amor no es para siempre, mamá. Pero mientras se le digo, mirándola, pienso para adentro: el amor es para siempre. Son las 20:14. Ya cenamos. El amor es éste momento.

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