Hedonismo y escritura

Carta abierta a un eterno desconocido. 

Vas a leer un corto relato. Cómete el cuento juega con las palabras entre la ficción y la realidad.

Cierro los ojos y trato de recordar si empezamos antes o después de ese día que decidieron bloquearnos las salidas. Todavía hacía calor en Buenos Aires. Todavía dormía solo con las sábanas y la ropa liviana. Todavía sentía que mi posición en diagonal y abrazando una almohada sin pensar en nadie, era mi manera más cómoda y placentera de pasar la noche. Suena de fondo esta canción.

Todavía no. 

Todavía no recuerdo por cuál de esas redes sociales te acercaste. Pregunté a uno de nuestros amigos en común por ti: necesitaba saber, si de algún modo, podría permitir ese encuentro virtual… o simplemente no. 

Su respuesta me condujo a dejar entreabierta la ventana y tus palabras fueron entrando de a poco por esa rendija, que con los días se rompió. Se rompió y con ella un cúmulo explotó. Cúmulo, esa palabra que me hace pensar en cómo el universo es cómplice de mi eterna entrega a lo escrito y a lo invisible. A lo no escrito y a lo visible. A la lectura de lo que se interpreta: siempre con nuestra voz y no con la voz del otro.

Qué paradójico.

Perdí la cuenta de las veces que miré tus fotos. 

No, no tengas miedo. Mirarte era una forma de acariciarte como podía, con lo poco que tenía. 

Si supieras lo mucho que acariciaría cada una de tus partes, como cada una de tus palabras, de tus suspiros en los audios que me mandabas por WhatsApp, de tus videos tímidos de 3 segundos agitando la mano. 

No, no tengas miedo, repetía. Porque cuando me despertaba con tu “hola, hermosa. Cómo andas?” yo atravesaba esta pantalla y viajaba hasta cualquier lugar de tu casa para buscarte, darte un beso y responderte con un abrazo.

Y así empezábamos el día: una rutina a la que nos aferramos, nadando entre olas inmensas y en medio de una pandemia mundial, era esa nuestra única existente posibilidad. 

Pasamos noches de citas virtuales donde fuimos nuestros propios meseros, sirviéndonos vino y comiendo lo que cada uno tenía en su nevera. Nos regalábamos canciones y etimologías de palabras que no conocíamos. Me gustaban tus palabras, me gustaban tus lentes, tus sonidos y tu suave manera de acariciar como podías lo que no tenía forma. 

Impacientes y ansiosos nos preguntábamos si era real que nuestro deseo pudiera ser tan profundo como para hacerlo carne y adorarlo. 

No, no tengas…miedo; me dijeron una vez: el miedo es como un virus. De nuevo paradójico, es como si de alguna manera nos cuidara el corazón.

Me pregunto si en un año que no contenga dos números iguales, me recordarás. 
Me pregunto si seguirá vivo uno de esos rincones donde te buscaba para saludarte.
Me pregunto si yo también podré recordarte, porque si algo sabemos y siempre supimos los migrantes es esa importancia y la imperiosa necesidad de mantener vivos los vínculos a distancia. 

Cierro los ojos y agradezco no estar inválida de palabras, para ponerlas en las piezas donde no se pudo decir nada. Tus ventanas se cerraron, pero las mías me dieron la bienvenida recordándome que aún estoy viva. De cualquier modo, el 2020 tendrá un precedente en la línea del tiempo y con él, su eterno poder balsámico. 



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